Reflexiones sobre las elecciones en la ULL

oy tendrá lugar la segunda vuelta de las elecciones a rector en la ULL pero todavía se habla mucho de la primera. Y supongo que después de como han ido las cosas, estaré hablando mucho tiempo sobre el proceso electoral. A fin de cuentas no puedo negar lo mucho que he aprendido  —o más bien, descubierto—  estos días.

Desde que se da el pistoletazo de salida a las elecciones a todos se nos ha llenado la boca de lo demócratas que somos, de que debemos jugar limpio y de que ante todo somos universitarios. Hacemos grandes afirmaciones, como que la universidad debe dar ejemplo a la sociedad, o que todo universitario que se considere como tal leerá los programas y elegirá en conciencia al mejor candidato. Algunos incluso quieren colocarnos como la élite que debe marcar el camino a seguir a las masas aunque, en mi opinión, los hechos parecen indicar que no somos más que su fiel reflejo. A fin de cuentas, ni los méritos académicos ni profesionales nos confieren por sí mismos capacidades especiales por encima de las de la media de la sociedad.

Cómo deberíamos ser

Sería bueno que los universitarios fuéramos personas transigentes con las opiniones de los demás, participativas y críticas  —lo de la honestidad y cualidades similares lo doy por hecho—. Al margen de nuestras preferencias, deberíamos ser capaces de analizar de la forma más racional posible las distintas alternativas, identificar sus pros y sus contras y contrastar puntos de vista; sin mayores problemas. Y esto, que son buenas cualidades para cualquiera de nosotros, son características fundamentales para quienes aspiran a ser gestores de una institución como la nuestra. A fin de cuentas, eso es lo que nos han prometido, ya que no hay candidatura que no haya enarbolado hasta la saciedad la bandera de ser la más participativa, transparente e incluyente de todas las presentadas.

Ubuntu: Yo soy porque nosotros somos.

Pero si realmente todos fuéramos tan incluyentes y quisiéramos el mejor equipo para la ULL no hubiera observado las cosas que he visto ni hubiera mantenido las conversaciones que he mantenido. Hubiéramos hablado de la idoneidad de los candidatos para la gestión y para dirigir sus equipos, de la idoneidad de las personas que conforman esos equipos, incluso en segundos niveles  —lamentablemente, aunque lo hayan intentado ocultar, algunas candidaturas ya habían vendido todo el pescado, en cierta medida como una forma de asegurarse los apoyos necesarios—  de estrategias, de propuestas, de proyectos y de la visión de los equipos sobre la gestión universitaria.

Debemos tener en cuenta que hoy más que nunca no es poco lo que nos estamos jugando. El equipo de dirección de la universidad debe hacer frente a cuestiones diferentes a las de hace 30 años, que van mucho más allá de lo académico. Y más que compararnos con un ayuntamiento o con cualquier otro gobierno donde la ciudadanía escoge a sus representantes; creo que somos más bien como una suerte de empresa pública de educación superior donde sus miembros escogen democráticamente a sus gestores. Lamentablemente, no considero que haya nada en nuestra carrera académica que asegure que vamos a ser capaces de hacer este tipo de trabajo de la manera profesional que requieren los retos a los que tenemos que enfrentar.

Cómo hemos sido

Pero en este tiempo de campaña muy poco del debate ha ido en ese sentido. Más bien algunos se han preocupado de que sigamos la línea de los partidos políticos que se enfrenta por el poder. Cada cual ha escogido un bando  —las formas de escoger o ser escogidos por un bando son diversas, como todos sabemos—  y muchos han dejado cualquier sentido crítico aun lado para retorcer los hechos con el objeto de defender sus preferencias hasta las últimas consecuencias.

Hemos hablado de vinculaciones con partidos  —obviamente cada cual piensa que su candidato es independiente mientras que el del contrario no—  y de las bondades de ser de A o de B.

Hemos practicado la memoria selectiva, negado sistemáticamente cualquier herencia positiva  —como si estar donde estamos hubiera sido cuestión de fortuna y no del buen hacer de personas trabajadoras— mientras destacamos las negativas. Si los de hoy y los de ayer son personas distintas con maneras de trabajar diferentes ¿por qué no juzgamos a los primeros basándonos en sus virtudes y a sus defectos, en lugar de intentar vincularlos a cargas pasadas, mientras hábilmente intentamos que se ignoren las nuestras?, ¿o es que acaso estamos diciendo que existen corrientes de partido con una forma concreta y reconocible de gobernar?.

Hemos hecho promesas contrarias al buen gobierno o imposibles  —como la supresión total de la manida normativa de permanencia o una lista tan impresionante de propuestas para TIC que no la cumpliríamos ni con un equipo de 100 personas—  o hemos menospreciado buenas propuestas con el simple argumento de que haberlo hecho los que estuvieron antes —¿es que alguien con mínimo sentido de los problemas de la gestión no sabe lo que cuesta cambiar cualquier cosa y la cantidad de tareas que aún tenemos pendientes en esta universidad?—.

Se han creado candidaturas no para gestionar la universidad como se merece sino para ganar; basándose en cuotas de centro, campus o lo que se nos haya ocurrido; y lo hemos defendido con vehemencia, si esa candidatura era la nuestra. Mucho han hablado los candidatos de la transparencia y la participación, si gobiernan, aunque me consta que aceptan de buen grado la crítica razonada, no visceral y pública  —que no necesariamente acertada—  a la que parecen no estar acostumbrados.

Incluso algunas personas han hecho correr rumores infundamos sobre acuerdos y apoyos  —según quién lo cuente, no solo hemos apoyado al mismo tiempo ambas candidaturas, sino que incluso me han llegado a asignar puesto en el equipo ganador— solo para asegurar un puñado de votos más a su candidato.

Así que la verdad es que no. No creo que debamos sentirnos tan especiales. De hecho considero que algunos han convertido el proceso de escoger a los mejores gestores para nuestra institución en una campaña por el poder, a cualquier precio, como hace cualquier partido político de los que quieren gobernar nuestras ciudades. Por eso han pretendido que sigamos polarizando el debate, hablando en términos de «ustedes» y «nosotros», en lugar de dejaros reflexionar sobre lo que es mejor para la ULL.

Seguiremos luchando

Obviamente, como todo el mundo sabe, yo también escogí un bando. Pero uno que lejos del afán de poder, se creó porque las alternativas existentes no nos convencían. Una candidatura diseñada desde el principio para gobernar y con el objetivo de participar de la forma más limpia posible. Una alternativa para intentar, por una vez, hacer las cosas bien.

Lamentablemente, no recibimos el respaldo de la mayoría de la comunidad universitaria. Sin embargo, no por eso debemos desaparecer. Tengo la impresión de que los resultados de estas elecciones respaldan que sigamos trabajando por nuestra universidad, por la ULL.